Celebrar la llegada de diciembre era algo que había que hacer bien. Así que me reuní con dos amigos y nos fuimos a El Chiringuito de los Rodeos. El local, cuya gerente y dueña es Carmen Alonso, ha transformado un rincón del territorio murciano en zona musical, pues cada domingo, a la hora de la comida, se puede disfrutar de un concierto. Siempre de calidad y siempre impresionante. Con dos escenarios, uno al aire libre para la época de sol y calor; y otro interior, más acurrucado y cercano en momentos de frío, las opciones de formato son infinitas en un espacio que ya se ha convertido en referente a nivel regional.
Era el día de Emilio Chicheri y Los Trotacarreteras. La batería de Fiti Espejo acompaña al bajo de José Vicente Nicolás y todo comienza a fluir. Se les une en la formación la guitarra de Pedro Casanova y la voz auténtica de Emilio Chicheri. Blues y rock en todas sus variantes, buen gusto en su manera de ofrecer temas de calidad y distinción. Con el paso de los escenarios y tras tantos años transcurridos, se han convertido en músicos perfectos, con una belleza en ejecución que transmiten esa buena onda que sólo los grandes logran transmitir.
Y de eso se trató el domingo, pues sólo un grupo como ellos pueden seguir haciendo de las suyas en escenarios de todo el país sin apenas haber grabado ningún disco. El público corea sus temas porque se los sabe a base de acudir a sus directos. Gente de todas las edades que disfrutan de su blues y de un rock clásico. La formación toca casi de memoria, se conocen a la perfección; sabiendo cómo han de desarrollar el show. Estamos ante una banda en muy buena forma, que desde el año 2002 lleva en boga. Ofreciendo tan sólo temas propios, letras cercanas y rockeras, melodías que por momentos hacen bailar y, en otros instantes, sientes la necesidad del llanto ante el blues más sentimental.
Los Trotacarreteras hacen eso, recorrer caminos de un escenario a otro; de una ciudad a otra, consiguiendo tocar todos los fines de semana. Porque la vida de músico de verdad es esa, ser errante, ser contador de historias, ferviente vividor de experiencias para luego cantarlas. El blues necesita a gente como ellos, porque logran transmitir unos valores que parecían perdidos entre sonidos modernos y músicos de pacotilla a los que le viene grande ese adjetivo.
Se encuentran en un buen momento, dispuestos a agotarse hasta la extenuación por agradar a un público que no se pierde una y que crece sin parar. Nunca falta en sus conciertos el cantar: “Si yo estoy listo para el blues, tú estás lista para mí”.