Este pasado sábado en el Teatro Bernal de El Palmar tuvo lugar la representación de la comedia Melisenda de blanco, obra escrita y dirigida por Leonor Benítez, que, a pesar de contar con una puesta en escena preciosista, con unos textos muy cuidados, y de ser representada con solvencia por los actores del curtido Grupo de Teatro San Javier, lo cierto es que, lamentablemente, no cumplió con las expectativas que nos habían llevado semanas atrás a seleccionarla como obra más que interesante para cubrir.
Con el fin de poner todo en su lugar debido y exponer de la manera más clara y ordenada los argumentos en los que basamos nuestro juicio desaprobatorio, comenzaremos diciendo que Melisenda de blanco, obra estrenada en 2012, contaba como grandes alicientes previos para su análisis el estar ambientada en una indefinida y alocada Edad Media, y, sobre todo, el haber sido reseñada como comedia perteneciente a la astracanada, género que creara Muñoz Seca y que tuvo en La venganza de don Mendo su más logrado exponente.
Por estas informaciones previas que situaban nuestra obra en la línea del astracán, no fue extraño que nos imaginásemos durante las horas previas al inicio de la función, y aun mientras ocupábamos nuestras localidades admirando la rica decoración de la escena, la comedia Melisenda de blanco como una pieza hilarante que habría de estar plagada de intrigas palaciegas, enredos amorosos y toda clase de situaciones disparatadas sazonadas con desternillantes juegos de palabras.
Sin embargo, muy al contrario de lo que suponíamos, en Melisenda de blanco íbamos a encontrarnos con un planteamiento, un nudo y un desenlace en los que no se produciría evolución alguna ni se desarrollaría ninguna acción ni pasaría absolutamente nada digno de mencionar. Así, resumiendo en breves líneas el argumento de la obra para que cualquiera pueda juzgar por sí mismo, diremos que la obra plantea el caso que se da en la corte del Conde Albino cuando la hija de éste, Melisenda, cae perdidamente enamorada de un príncipe moro que su padre ha traído como prisionero al castillo tras una batalla. Haced, que así se llama el moro, a pesar de que trata de repeler a todas las cristianas por respeto a su amada Zoraida, quien también se halla en el castillo aunque no como prisionera, lo cierto es que va acumulando pretendientas hasta llegar a contar entre ellas con la mismísima esposa del Conde y madre de Melisenda.
A partir de aquí, al reclamado moro se le comenzarán a plantear una serie de posibilidades que van desde la huída en solitario, que le propondrá el ama, pasando por la seducción de la Condesa, hasta el casamiento con Melisenda, que le sugerirá su amada Zoraida para que logre su libertad. Sin embargo, incomprensiblemente, ninguna de estas posibilidades ni ninguna otra acabarán llevándose a cabo durante el transcurso de la obra y los personajes, en lugar de moverse o provocar cambios que proporcionen alguna caída, variación, o giro gracioso a la trama, permanecerán cada uno en el mismo espacio y en la misma postura que empezaron hasta la llegada del desenlace.
De esta forma, si a la falta de desarrollo de la trama, que sin duda es la más grave falla de la obra, le sumamos el hecho de que la comicidad queda, al faltar la peripecia sobre la que sustentarse de manera natural, mantenida a duras penas y de forma artificiosa por toda una batería de chistes gastados, chanzas fáciles, juegos de palabras evidentes y, en definitiva, por un humor rústico basado fundamentalmente en un concepto de sexualidad que, sin ser soez, sí que resulta altamente trasnochado, el resultado que obtenemos es el de una obra fallida que, a pesar de sus buenas intenciones, no puede ni debe convencernos.
Para terminar, con el objeto de ser lo más ecuanimes posibles, traeremos también las dos virtudes más importantes que mostró el texto de la obra durante su representación: el trabajo literario y la elaboración lingüística. Y es que, más allá de que el resultado final de la comedia no pueda ser calificado como satisfactorio, sí que tenemos la obligación de, por un lado, ponderar las conexiones de esta obra no sólo con la astracanada, sino también con el Romancero Morisco de Lope de Vega y con la corriente de la maurofilia que caracterizó una parte muy concreta de la producción literaria de nuestro Siglo de Oro; y, por otro lado, reconocer la elaboración del texto en su aspecto formal, que, a través de la inclusión de arcaísmos, cambios de género, sintaxis desusada, dichos populares, expresiones tradicionales, el voseo, y el empleo de la rima, logró el objetivo de transmitir la impresión de composición en verso, lejana y antigua.