Este viernes, mientras los anaranjados rayos del sol poniente se colaban a través de las persianas del despacho, una llamada de última hora me sorprendió releyendo la sección cultural de un conocido periódico local. Descolgando el teléfono, al otro lado del hilo, un contacto de confianza me fue a poner tras la pista de un espectáculo secreto que estaba a punto de acontecer a pocas manzanas de allí, en el barrio del Carmen.
Así, dejando mi cigarrillo mal apagado en el cenicero, tomé mi gabardina y mi sombrero y salí apresuradamente a la calle como un audaz detective de conciertos para encaminar mis pasos hacia el restaurante Foodtopía; local en el que la iniciativa Sofar Sounds Murcia había programado un suculento menú musical de tres platos compuesto por el uruguayo Max Ruano, las canarias MOJØ y los madrileños Kitai.
Al llegar, a pesar de las prisas, lo cierto es que, oculto entre el numeroso público que poblaba el recinto, apenas podría alcanzar a escuchar las notas finales del recital de Max Ruano y Los Aristogatos, que concluyó justo antes de que se produjera un breve descanso durante el cual Ana Bravo y Teté Sendín ultimarían los detalles de la que sería la segunda actuación de la velada. De este modo, a eso de las 21:10h y con los asistentes arremolinándose en torno a ellas, el dúo canario MOJØ daría comienzo a su concierto haciendo sonar Would you listen; delicioso medio tiempo que me haría recordar el magnífico recital en el que las conocí justo un año atrás, en la Sala Revólver.
En consecuencia, con la voz de Bravo tapizando de lujoso terciopelo el ambiente del local, la elegancia y el estilo de la propuesta sonora de MOJØ pronto calaría entre los presentes hasta hacerlos moverse al son de canciones como Blame o Call me. En rigor, dos buenas muestras de esa personalidad sinuosa, inquieta y mestiza que, a caballo entre el funk, el rock y el soul, tanto Ana como Teté han logrado imprimir en su primer trabajo de estudio, “Music is good for the soul”.
De esta manera, pasados poco más de veinte minutos desde el arranque de su actuación, MOJØ aún tendría tiempo para brindar con Love un adelanto del que será su segundo álbum antes de despedirse entre aplausos -y no sin cierta resignación por las limitaciones del formato impuesto- con un simpático “lo bueno, si breve, dos veces breve”, que, de hecho, vendría a expresar con total precisión la íntima contrariedad que sentimos más de uno al ver coartada en sus inicios una actuación de tal calibre.
No obstante, aceptando las reglas del juego con aparente agrado, pronto el público reunido aprovecharía el nuevo intermedio para refrescarse y tomar posiciones de cara al tercer y último microconcierto de la velada, el de los madrileños Kitai; cuartero de rotunda presencia que solo seis días antes ya había pasado por Murcia incendiando la Sala Musik con un concierto memorable en el que, ciertamente, hicieron honor al título de su segundo LP, “Pirómanos”.
Sin embargo, debiendo realizar un estimable ejercicio de contención para adaptarse a la naturaleza eminentemente acústica de Sofar Sounds, la verdad es que, sentados en sus asientos, los cuatro miembros de Kitai pronto darían claras muestras de madurez y versatilidad al ser capaces de variar el registro habitual de su propuesta sonora en vivo sin que por ello su oscura, salvaje –y electrificada- esencia musical se viera traicionada ni menoscabada.
Así, adaptados al medio como fieras al acecho de su presa, Kitai se vestiría con piel de cordero para ofrecer al público una cuidada selección de temas de su último álbum de estudio entre los que brillarían, como llamas en la noche, Fuego en la radio, Desierto y Riviera maya. De esta manera, rescatando la homónima Kitai como única concesión a su pasado, la banda acabaría completando al filo de las 22:00h una actuación impecable en su concepción y en su ejecución.
Y de esta forma, abandonando satisfecho, aunque con ganas de más, el establecimiento de la calle Rosal, mis pasos volverían a perderse entre el bullicio y las sombras, entre el ruido del tráfico y las luces que nunca se apagan de la ciudad, poniendo rumbo al río, camino del Puente de los Peligros, sin ganas de dormir ni de volver a casa.