Gran expectación, la que se vivió este sábado en la pedanía murciana de Cabezo de Torres para presenciar “El médico a palos”; clásico de Molière cuya adaptación, escrita y dirigida por Miguel Ángel Cánovas y Miguel Gálvez, sería interpretada por el grupo adulto de la Escuela de Teatro Alfandarín con motivo del II Festival de Teatro y Felicidad.
Así, ante un Auditorio que luciría prácticamente lleno, la acción dramática se iniciaría mostrando al perezoso leñador Bartolo tratando de dormir apoyado en un árbol justo antes de que entrara en escena Martina, su esposa, para recriminarle su indolencia. De este modo, tras una fuerte discusión entre ambos, la mujer dejaría solo a su marido y se alejaría tramando en silencio la forma de vengarse de él.
Un poco más adelante, Martina se encontraría con una comitiva formada por dos sirvientes que avanzaba hacia el pueblo de Miraflores en busca de un famoso médico. Preguntada por sus señas, la mujer informaría a la pareja que aquel a quién buscaban hacía dos días que había muerto. Entonces, ante el abatimiento de sus interlocutores, la esposa de Bartolo resolvería usar dicha situación para vengarse de su marido.
De esta manera, contándoles que ella conocía a un médico llamado don Bartolo capaz de curar los peores y más extraños males, Martina enviaría a los dos sirvientes al encuentro de su marido con la advertencia de que el tal don Bartolo, debido a su carácter introvertido, reservado, excéntrico y extravagante, no confesaría su verdadera condición de médico ni accedería a ayudarles a menos que le pegaran una buena paliza.
Más tarde, aplicándole al vago leñador el jarabe de palo prescrito por su mujer hasta conseguir vestirlo de médico, los dos sirvientes, acompañados por el maltrecho Bartolo, acabarían encaminándose a la casa de doña Jerónima, que era la señora que había mandado a aquellos en busca de un médico desesperada por la extraña enfermedad que aquejaba a su joven unigénita -doña Paulita- y que la había dejado sin habla.
No obstante, una vez dentro de la casa, la acción aún se tornaría más disparatada, ya que lo que parecía ser una grave enfermedad no sería otra cosa que desesperación juvenil a causa de la negativa de doña Jerónima a conceder la mano de su hija a su novio, Leandro. A partir de ahí, una catarata de equívocos, encuentros, carreras, palizas y flirteos coronados por numerosas coreografías de una sensualidad grotesca contribuirían a subrayar el carácter farsesco de la comedia original de Molière.
Por eso, siguiendo el esquema trazado por la versión de Moratín en 1814 y recuperando a la vez el tono desinhibido y caricaturesco del original de 1666, la obra de Alfandarín lograría además mostrar interesantes aportaciones como, por ejemplo: la interpretación del árbol del principio de la obra a cargo de un actor que, de hecho, parecería sugerir un simpático guiño al teatro de Artaud en el que se abogaba por la ausencia de decorado en detrimento de personajes jeroglíficos que cumplieran tal función.
Por otro lado, variaciones como la simplificación del texto o el cambio de sexo de ciertos personajes para adaptarlos al elenco de actores, también resultarían particularmente apropiadas al agilizar el desarrollo de la pieza y permitir al respetable gozar de actuaciones tan inspiradas como la de Úrsula Gil en el papel de doña Jerónima. En consecuencia, llenando de risas el Auditorio de principio a fin, no sería de extrañar que la versión de Alfandarín se antojara ideal para dar buena cuenta del II Festival de Teatro y Felicidad.