En medio de una crisis como no la ha conocido nunca el centenario Real Murcia, y en medio de la cual cada semana parece escribirse un nuevo capítulo que empeora sustancialmente al anterior, los jugadores, el cuerpo técnico, y los 5000 valientes que constituyen y han constituido siempre la más fiel afición del Real Murcia, han logrado, esta tarde y solos entre ellos, una nueva victoria para seguir manteniendo con vida el pulso de un club moribundo que se agarra desesperadamente al clavo ardiendo del ascenso deportivo para continuar latiendo.
Entre el hastío y la resignación en los que vive instalada la afición más maltratada del fútbol español, los seguidores del Real Murcia, una semana más, han vuelto a acudir al páramo, en el que alguien decidió que debía levantarse el nuevo estadio de fútbol de Murcia, para dejarse el alma y la salud animando a su equipo en una tarde-noche fría, lluviosa y desapacible, y demostrar que, pese a los elementos, las injusticias, la ineptitud y el desinterés generalizado, aún quedan valientes capaces de acudir, apoyar y luchar por un club que, nunca significó sólo fútbol, sino también los recuerdos, las ilusiones y las esperanzas de toda una legión de aficionados que a lo largo de un siglo pasaron y entregaron lo mejor y lo peor de cada uno de ellos al Real Murcia.
Esta noche el Real Murcia ha vencido pese a todo, y pese a todos, con un gol de José Luís Acciari, un jugador al que alguien debería dedicar una calle, un monumento, y hasta un poema épico, si tuviéramos narices. Pero esta noche no tengo ganas de hablar de fútbol porque sólo puedo sentir dolor viendo cómo el Real Murcia, el equipo de fútbol de la séptima ciudad más grande de España y un pedazo importante de mi vida, se desangra en batallas sin sentido sacrificando su historia una semana tras otra sin que a nadie, más allá de esos 5000, parezca importarle nada.
Sobre cómo hemos llegado a esta situación, todos los que hemos seguido al Real Murcia durante los últimos veinte años podríamos aportar fácilmente las causas: presidentes murcianos ineptos que acudían al club interesados nada más que en sacar la barriga y hacerse fotos; aficionados al fútbol que masivamente se entregaban a clubes de fútbol con los que no tenían nada que ver sólo a cambio de las victorias sin alma que cómodamente les ofrecían periódicamente esos clubes; presidentes foráneos y grupos empresariales que jamás tuvieron en el club otra intención que la de usarlo como llave para realizar turbios negocios con los que enriquecerse un poco más; autoridades que miraron para otro lado cuando pudieron hacer algo, como se hace con cientos de empresas privadas, y lo que hicieron fue aprovechar la ruina del club para comprarle a precio de saldo unos terrenos millonarios en pleno centro de la ciudad; una justicia deportiva, y no deportiva, que ejemplarizaba y ejemplariza con los clubes pobres lo que no tiene el valor de hacer cumplir a los clubes ricos...
Entre todos han ido matando al Real Murcia y ahora resulta que él solo se está muriendo en aquél páramo helado en invierno y abrasado en verano. Lejos de la ciudad, pero junto a los que siempre le han querido. Sin embargo, puede que aún no esté todo perdido y puede que aún estemos a tiempo de revertir esta situación. Si las peñas, los jugadores, el cuerpo técnico, las Instituciones, algún empresario que sienta al Real Murcia y conozca la seriedad, y, sobre todo, si esa afición mucho mayor que está adormecida, pero que aún es recuperable, despertaran quizá pudiéramos obrar la resurrección de nuestro Real Murcia entre todos.
Sé que quizá sería más fácil pedir un milagro que una unión a tal nivel, pero, ¿qué quieren que le haga? A pesar de todo creo que los milagros, al igual que en el alma y en la fe, y creo que para que éstos se produzcan tan sólo debemos, con cabeza y seriedad, dar lo que se espera de nosotros en cada momento.