Con el ambiente de las grandes ocasiones llenando de expectación la murciana Sala REM, este jueves regresó a su ciudad Carlos Tarque para presentar -tras más de veinticinco años al frente de M Clan- su primer álbum en solitario: “Tarque”; LP en el que el cantante ha contado con el prestigioso guitarrista y productor Carlos Raya a fin de alumbrar un disco cuyo sonido hunde sus raíces en ese rock puro, afilado, directo y poderoso de los setenta que forjó la personalidad musical del vocalista en su juventud.
Así, volviendo a sus orígenes con la perspectiva que dan los años para ofrecer un trabajo nuevo pleno de madurez y autenticidad, Carlos Tarque, acompañado por Iván González, Coki Giménez y el propio Carlos Raya, irrumpiría en el escenario ejecutando un inicio de recital contundente en el que brillarían tres de los temas más celebrados del reciente disco: Ahora y en la hora, Heartbreaker y Bailo. Entonces, con el público que abarrotaba la sala enganchado al cantante y a su banda, el concierto se adentraría con agilidad en su fase central al son de Perdido en la ciudad; mítico tema de M Clan en cuya interpretación participaría también Ricardo Ruipérez.
De este modo, completado con éxito el cambio de tercio, el recital, a pesar de ciertos problemas técnicos, alcanzaría y superaría con solvencia su ecuador alternando canciones de Tarque y M Clan con un puñado de versiones entre las que destacarían Evil, tema lanzado por los neoyorquinos Cactus en 1971 que sería cantado en español bajo el nombre de Peligro, o ¡Qué desilusión!, pieza acuñada por los madrileños Leño en 1982 con la que Carlos Tarque rendiría un más que merecido homenaje al maestro Rosendo.
A continuación, afrontando la recta final, se sucederían la rabiosa Calle sin luz y la luminosa Electroshock justo antes de que la banda brindara Miedo y Donde nace el rock and roll para culminar un genuino concierto de rock no apto para todos los públicos. Y es que, aquellos que entiendan la vida como una sucesión de compartimentos estancos, difícilmente comprenderán que la música –y en este caso el rock-, lejos de ser un mero entretenimiento de juventud, puede ser una poderosa brújula para no perder de vista quiénes fuimos y, de esta forma, no perdernos nunca en el camino. Después de todo, jamás puede perderse aquel que sabe de dónde viene.