Este pasado sábado, aprovechando la llegada al Teatro Bernal de la obra “Una noche de primavera sin sueño” de Enrique Jardiel Poncela, decidimos encaminarnos hacia el precioso coliseo de El Palmar para dar cuenta de la representación que la compañía Aladroque Teatro venía a ofrecer de esta comedia -primer gran éxito de su autor- que vio la luz en 1927. Por cierto, un año mágico en la historia de nuestras letras.
Así, con abundante público en el patio de butacas y con todo listo entre bastidores, el telón del Bernal fue a abrirse, a eso de las 21:05h, para permitirnos contemplar una cuidada escenografía que reproducía con detalle el dormitorio principal de una casa acomodada del Madrid de principios del siglo XX donde una pareja de casados, tras trece años de convivencia marital, apuraba los últimos instantes antes de irse a dormir.
Sin embargo, por más que la escena pudiera parecer, en principio, rutinaria y anodina, pronto vendría a llamar la atención por las dispares actitudes del matrimonio: ella, sentada sobre un pequeño sillón sollozando y lamentándose; y él tratando, indiferente y cansado, de conciliar el sueño dentro de la cama. Poco más adelante, Alejandra, que así se llamaba la mujer, ante la falta de interés de Mariano, su marido, estallaría dándole el motivo de su desgracia: “¡Te aborrezco, no te amo, y nunca he amado!”
A partir ahí, el apacible matrimonio se dispondría a vivir las veinticuatro horas más enloquecidas de su historia. Y es que, con el tema del divorcio como hilo conductor de la obra, ante nosotros comenzaría a desfilar un elenco de personajes a cada cual más estrafalario y misterioso para enredar deliciosamente una trama en la que, además, se tocarían temas como la crítica a la novela sentimental, las convenciones sociales, el honor, el doble rasero aplicado a hombres y mujeres en cuestiones como la infidelidad, el cinismo de los abogados, la hipocresía de la justicia, la fuerza de la costumbre como sucedáneo del amor, o el miedo a la soledad y al fracaso.
De esta forma, llevados por los diálogos siempre delirantes, ingeniosos y agudos que escribiera Jardiel Poncela a raíz de su propio divorcio, la comedia nos iría mostrando ese humor elegante y grotesco, sofisticado y llano, indirecto y evidente que, apoyado en los dobles sentidos y en los juegos de palabras, habría de consagrar a este autor como el gran comediógrafo español de la primera mitad del siglo XX junto a Miguel Mihura.
Por todo esto, y también por la impecable representación que nos ofreció Aladroque de Poncela, a pesar de que esta obra de juventud adolecería de un exceso de elaboración en ciertos pasajes que ralentizarían -mediante paráfrasis y rodeos- el ritmo en determinadas escenas dando lugar a un alargamiento excesivo del montaje, a la postre, no pudimos sino sumarnos al aplauso con el que el público del Bernal despidió a sus actores.
Unos actores que, por cierto, aun merecerían una felicitación especial, y no solo por la mencionada corrección en sus interpretaciones, sino porque, además, a la conclusión de la función, lejos de retirarse a los camerinos, cruzaron el patio de butacas para despedirse del público en el vestíbulo del Teatro y poner, de esa manera, el mejor broche a una noche de risas con Jardiel Poncela en el Teatro Bernal.