Gran expectación, la que levantó este sábado la representación del montaje “Ibn Hud, el último suspiro andalusí” en Monteagudo, donde más de ochocientas personas llenaron la Explanada del Castillo para presenciar esta obra escrita por Juan Montoro y dirigida por Joaquín Lisón para la compañía de teatro histórico Civitas Murcie.
Así, sobre un austero escenario que contaría, no obstante, con las majestuosas murallas de la fortaleza murciana como único e inmejorable decorado, la actuación arrancaría pasadas las 19:30h convertida en el evento más esperado de las jornadas medievales que, bajo el nombre de “Frontera entre reinos”, fueron concebidas para rescatar y poner en valor el legado histórico de la Región, precisamente, en uno de sus enclaves más fascinantes.
De este modo, trasladado al siglo XIII gracias a la magia que solo el teatro puede conjurar, el público accedería al castillo de Ricote para contemplar desde su interior cómo en la intimidad de una estancia Ibn Hud ultimaba los detalles de la rebelión contra los almohades que habría de llevarle, primero, a arrebatarles la ciudad de Murcia y, más tarde, a reunificar los reinos de Al-Ándalus en torno a su figura durante la década que transcurrió entre 1228 y 1238.
Por tanto, girando alrededor de la Murcia que fue capital de Al-Ándalus en ese período, la obra se articularía como una vertiginosa sucesión de cuadros que iría desplazando el foco de la acción dramática por los distintos centros de poder político y militar en los que, tanto moros como cristianos, se afanaron en trazar sus jugadas maestras en forma de conjuras, pactos, alianzas y traiciones a fin de asestar a sus rivales el golpe definitivo sobre el inestable tablero de ajedrez de la Reconquista.
No en vano, ante el respetable desfilarían gobernadores, generales, mercenarios, sultanes, doncellas, reyes, príncipes e infantes que ilustrarían con sus intrigas los avatares que salpicaron el ascenso y la caída definitiva del emir Ibn Hud, quien, acosado por el empuje cristiano de Fernando III y Jaime I, y superado por los levantamientos promovidos por Muhammad al-Ahmar, sería finalmente traicionado y asesinado en Almería por el gobernador de la ciudad, su amigo lbn al-Ramimí.
De esta manera, con los fuegos artificiales proyectándose contra las murallas del mismo castillo de Monteagudo que Alfonso X tomó cinco años después de la muerte de Ibn Hud, el emocionante y espectacular final de la obra no solo serviría para rendir homenaje a los héroes de la historia medieval de la Región, sino también para demostrar que, adecuadamente recuperada y puesta en valor, la fortaleza murciana podría ser una extraordinaria fuente de riqueza cultural y económica para la zona.
Por ello, entregándonos al aplauso unánime con el que el público supo premiar a los actores por su labor, abandonamos el recinto imaginando sin dificultad las visitas, las rutas, las representaciones teatrales, los souvenirs y, en definitiva, el incalculable beneficio que se podría obtener, si Murcia fuera capaz de reconquistar -para sus habitantes y para todos aquellos que lo vinieran a visitar- el castillo de Monteagudo.