Bosco hace vibrar el Café Zalacaín
En la noche de ayer, a eso de las diez y media, ya se podía adivinar en plena calle Villar un goteo constante de gente dirigiéndose a un mismo lugar. Bajo el frío nocturno, y envueltas en abrigos oscuros, las siluetas, que formaban pequeños grupos animados en conversaciones diversas, caminaban hasta detenerse frente a la puerta del Café Zalacaín, donde un cartel anunciaba a las once el concierto que las atraía a su interior, el concierto de Bosco.
En el interior del local, el ajetreo y el bullicio ya eran muy notables quince minutos antes de la hora fijada para la actuación. Vinos, cervezas, refrescos y cafés se despachaban con frenética agilidad para amenizar la espera de la concurrencia. Con las mesas ocupadas, la barra llena, y los pasillos del salón colmados por un público expectante y entretenido, al filo de las once el ambiente acabó mostrándose más que propicio para que diera comienzo la función.
Y así, con David Moretti a la cabeza, y con sorprendente puntualidad, la banda, en formación de trío, se presentó apenas pasada la hora señalada sobre el escenario del céntrico café murciano para embarcarnos a todos, soltar amarras y zarpar en un mágico y místico viaje musical a través del tiempo y del espacio. Desde el principio, gracias a un inspirado arranque instrumental de más de seis minutos en el que se fundió el primer tema, Bless me, los músicos consiguieron crear la evocadora atmósfera deseada a base de tambores, timbales, xilófono, órgano, guitarra y juegos de voces que resonaron como ecos de antiguos ritmos tribales hasta embriagar la sala y captar la incipiente atención del público.
Para introducir los temas Piper y New Pire el carismático Moretti recurrió a las citas de William Blake y Posidipo de Pela, y a las alusiones a “los pastores”, que habrían de remitirnos directamente a la poesía pastoril y bucólica de la Antigüedad Clásica y al mito de la Edad de Oro en los que Bosco ha encontrado una fuente de inspiración inagotable. Ritmos étnicos, pasajes folclóricos, melodías sugerentes, y letras que alternan inglés y español fueron usados magistralmente por la banda para transportarnos a un escenario natural y primitivo, puro y esencial, en el que pudimos imaginarnos cantando y bailando en torno a una hoguera mitológica bajo un cielo atemporal, nocturno y estrellado.
A continuación fue el turno para Tejido cósmico y, posteriormente, para Babadihno, un tema cantado por el guitarrista de la banda, Jesús Fictoria, en portugués y que constituyó todo un alarde de cambios de ritmo, juegos de voces y solos instrumentales que lograron acompasarse con asombrosa armonía para deleite de un público que ya rompía a bailar en diversos sectores del local. Tras Little girl lost llegó Aura, una nueva canción compuesta íntegramente en español que destacó por su elaborada letra y por sus exigencias tonales.
Pasado el ecuador del concierto tuvo lugar el acontecimiento más sorprendente de la velada, la subida al escenario de Esther Fictoria, hermana del guitarrista de la banda, para cantar La Planicie, poema musicado del poeta boliviano Rubén Vargas. Si es cierto que la actuación de Esther fue acogida con ciertas reservas por el público merced a los juegos de voces a los que ésta se entregó al principio de la canción, no es menos cierto que, conforme fue avanzando la interpretación, la cantante logró destaparse como una extraordinaria vocalista capaz de plasmar toda una variedad de registros de gran dificultad de ejecución sobre una música apenas sugerida en una leve cadencia. Sinuosa, cautivadora y febril, La Planicie se convirtió por derecho propio en uno de los hitos del concierto brillando con luz propia y proporcionando a su cantante una de las ovaciones más cerradas de la noche.
A partir de entonces el concierto cambió de tercio y se encaminó hacia su recta final con una sucesión de cuatro temas destinados a acabar la velada con los ánimos por todo lo alto. Así, si la pegadiza Escucha la luna hizo que el respetable se arrancara a cantar a coro, las animadas Viimeistä Paivää y Vanitá di vanitá hicieron que el baile y el ambiente festivo se extendieran por todo el local justo antes de que estallara la locura con El timón, una canción de estilo popular griego cuyo estribillo: “voy a exprimir el mosto de la vida” se ha convertido ya en uno de los himnos más coreados de esta joven banda murciana.
Para los bises, el grupo se dejó otra de sus canciones más celebradas, Children of the island, un reggae cantado en inglés y español de lo más pegadizo y bailable que hizo las delicias de un público definitivamente entregado en todos los sectores de la sala. Al final, a eso de las doce y media de la noche, el grupo acababa poniendo punto final a su actuación saludando a los espectadores y agradeciendo su presencia mientras éstos despedían a los músicos con generosos aplausos y sinceras expresiones de satisfacción.
Como conclusión, queda reconocer lo notable del espectáculo ofrecido y sobre todo destacar la calidad y la versatilidad de una banda que en sus recitales trasciende lo meramente musical para adentrarse en los terrenos de la literatura clásica, la poesía lírica y la representación teatral. Y es que el mérito de Bosco radica en que, bebiendo de fuentes tan aparentemente alejadas de nuestros tiempos como Teócrito, Virgilio, el Romancero español, los cuentos populares, o el Romanticismo alemán, logran armar una propuesta musical ágil, novedosa, exótica, divertida y atractiva para un público actual. En definitiva, más que un concierto, una ceremonia musical panteísta y epicúrea basada en la fusión de estilos que van desde el jazz al reggae, o desde el folclore al rock experimental.
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