Bosco inunda de ritmo la Plaza de los Apóstoles
En la noche del lunes, bajo las cadenas de la catedralicia capilla de los Vélez, y a los pies del gran escudo de los Fajardo que preside la céntrica Plaza de los Apóstoles, tuvo lugar una de las citas musicales más importantes de cuantas ha programado el Ayuntamiento de Murcia para amenizar las noches veraniegas de este 2015 en la ciudad: el concierto de Bosco.
Por eso, debido a la calidad del evento, a nadie le debe extrañar que, a pesar de ser verano y a pesar de ser lunes, a las 22:00h en la emblemática plaza, convertida ya en amplio escenario y cómodo auditorio merced a la instalación del aparato técnico y a la colocación de centenares de sillas, fuese a registrarse un lleno digno del Festival Murcia 3 Culturas, pero para contemplar en exclusiva a esta prometedora banda murciana.
Así, llegada la hora marcada para el comienzo de la actuación, Bosco, en formación de quinteto, y apoyados por la presencia del prestigioso actor Enrique Martínez, tomaron las tablas dispuestos a oficiar extramuros de la Catedral una ceremonia alternativa y musical que comenzó plena de cantos tribales y ritmos étnicos con los que los músicos se apresuraron a buscar la comunión con los espectadores que, como fieles, abarrotaban la plaza.
Entonces, tras la generosa introducción en la que habría de destacar la presencia de voces casi difuminadas y el protagonismo de largos desarrollos instrumentales que permitieron dejar patente la contundencia de un sonido realmente envolvente potenciado por la buena acústica de la plaza, la banda fue ofreciendo temas como Piper y, sobre todo, Escucha la luna, que provocaron que los más inquietos se arrancaran bien pronto a danzar.
Entre canción y canción, llevados por las introducciones dramatizadas plenas de inspiración y lirismo de David Moretti, nos adentramos en la que habría de haber sido la parte central del concierto, pero que, debido a los elementos, acabaría siendo la fase final de la velada. Una fase final en la que sobresaldrían la animada y cambiante Viimeistä Paivää, la evocadora y onírica Silence, y, sobre todo, el mestizo y pegadizo reggae Children of the Island, con el que, ahora sí, numerosos espectadores se entregaron a bailar en múltiples sectores de la plaza.
Alcanzado las cotas más altas de participación por parte del público, y con la banda lanzada sobre el escenario, Moretti propuso a los asistentes que se imaginaran como primitivos indios norteamericanos cantando y danzando alrededor de una hoguera. A continuación, como si los presentes se hubieran trasmutado en cherokees y las danzas en las que se aplicaban no fueran otra que la danza de la lluvia, los elementos parecieron ser invocados y, de hecho, acudieron en forma de suave chispeo a la llamada de la tierra.
Lamentablemente, aunque comenzó como una simpática anécdota que provocó las hilaridad de muchos, lo cierto es que ese suave chispeo pronto pasó a ser una fina lluvia y poco después acabó convirtiéndose en un copioso chaparrón que obligó, por razones de seguridad, a apagar los desprotegidos equipos eléctricos y a dar por concluido prematuramente el concierto a eso de las 23:15h.
Al final, y a pesar de la lluvia, lo cierto es que la velada, lejos de quedar deslucida, resultó de lo más interesante porque permitió, por un lado, constatar la riqueza en matices que poseen las canciones de Bosco tocadas por la formación al completo y bajo unas condiciones técnicas óptimas y, por otro lado, comprobar cómo ha aumentado el número de seguidores de esta joven banda hasta llegar a ser legión en poco menos de un año desde que tuvimos ocasión de verlos por primera vez en el Big Up!, y en segunda instancia en el Café Zalacaín.
Por todo esto -por la calidad de su propuesta y por la cantidad de su público- no podemos sino felicitar a Bosco y animarles a que, como pastores de la Arcadia, sigan caminando por la humilde senda que, alejada de las grandes autopistas, parece conducirles al éxito; al éxito de ser ellos mismos y obtener el aplauso sincero de todos cuantos les escuchan.