Este pasado sábado, a eso de las 23:00h, hundidas las manos en los bolsillos y apretando el paso por el frío, llegamos caminando por la calle San Antón a la altura de un conocido bar del cual salía una música que nos hizo parar en seco. El local era el Café de Alba, la música, rock and roll y blues, y el músico que la hacía sonar, Santiago Campillo junto con su banda en formato trío.
Así, ya en el interior del repleto local, viendo al fondo la figura, siempre imponente y tranquila, de Campillo encaramada a su guitarra y haciéndola sonar como solo unos pocos elegidos pueden hacerlo en este mundo, nos apresuramos a realizar el alto de rigor en la barra antes de ocupar los lugares más adecuados que pudimos hallar para dar cuenta del espectáculo que teníamos ante nosotros.
Y ya cerca de Santiago, y ya sin perder detalle de los movimientos de sus dedos sobre los trastes de la guitarra, lo que pudimos vivir fue, mucho más que un concierto, en realidad, un viaje, una lujosa ruta sonora por los territorios del blues y el rock siguiendo una carretera en cuyo horizonte siempre se adivinaba el sur o, mejor dicho, el sureste. De esta manera, con Paco Botía en las percusiones y David Mora al bajo, el trío -con Campillo al volante- fue repasando algunos de los temas más celebrados de su último trabajo de estudio, Carretera sin final.
Así, la sinuosa y magistral Sola, la rápida y poderosa Carretera sin final, la sorprendente y pegadiza Alfonso, o la rockera y completa Niculina la salvaje fueron cuatro de las canciones más aclamadas del mencionado disco de Santiago Campillo. Sin embargo, compartiendo protagonismo con estas últimas composiciones del guitarrista, también sonarían Que el tren no pare, de su etapa con Los Lunáticos y, nada más y nada menos, que Un buen momento y Donde el río hierve, de su etapa con M Clan para cerrar por todo lo alto, a eso de las 00:30h, un concierto que resultó absolutamente memorable.
Y es que hay cosas que por más que las veamos habitualmente, jamás deberíamos acostumbrarnos a ellas y, en consecuencia, dejar de valorarlas como se merecen. Cosas como la suerte que tenemos en Murcia por poder escuchar y cruzarnos de cuando en cuando con un músico de la talla de Santiago Campillo. Un guitarrista que, pudiendo vivir en Madrid, Barcelona o Miami, ha decidido quedarse en su Murcia natal básicamente por dos razones: la primera, porque sabe que, por encima de los contratos leoninos y de los proyectos insulsos, son la libertad y la honestidad los dones más preciados que un músico -si se lo puede permitir- debe cuidar; la segunda, porque entre esos cuatro lugares Murcia es, claramente, para vivir, la mejor ciudad. ¿O no?