Los perros de presa de Tarantino toman el Teatro Circo
Prometedora velada de teatro y cine, la que anoche se presentaba en el Teatro Circo de Murcia de la mano de la obra La Perrera, adaptación teatral del célebre filme Reservoir Dogs de Quentin Tarantino. Sin duda, el encanto de semejante cartel de presentación hizo que ya desde los minutos previos a la hora de comienzo de la función, fijada a las 21:30h, la expectación entre el público pudiera palparse desde los aledaños del céntrico edificio, pasando por en el amplio vestíbulo de acceso, y hasta llegar al abarrotado patio de butacas de la majestuosa sala central del coliseo murciano.
Entre todos los posibles, el principal tema que animaba las conversaciones de los asistentes, como no podía ser de otra manera, era el de tratar de vislumbrar cómo se produciría la traducción de la obra desde el lenguaje cinematográfico al dramático. Es decir, cómo se representarían las escenas más famosas de la película, cómo se establecería el desarrollo temporal de la acción, cómo se conjugarían en un mismo espacio escénico los distintos lugares en los que la historia tiene lugar, o si habría sustanciales cambios en la trama o en los caracteres de los personajes originales.
Algunas de estas incógnitas comenzaron a despejarse desde los compases iniciales del espectáculo, ya que, nada más apagarse las luces de la sala y encenderse los focos del escenario, empezó a sonar una de las canciones que mejor identifica a la película, Little green bag, mientras los cuatro personajes principales desfilaban gallardamente por separado, uno tras otro, y con sus característicos trajes negros de gansters, en una presentación de lo más cinematográfica.
Hecha la presentación, el relato teatral situó el comienzo de la acción en el instante en el que dos de los protagonistas, uno de ellos malherido, consiguen llegar a la oficina que habían establecido previamente como punto de encuentro tras realizar un misterioso atraco en el que parecen haber salido mal muchas cosas. Por tanto, abrupto comienzo in media res, es decir, con la acción ya desarrollada en parte, en el que, mediante la violenta irrupción en la escena de dos de los gansters y sus frenéticos diálogos, empezábamos a tener las primeras noticias de quiénes eran y de lo que había podido suceder.
Con una escenografía sobriamente compuesta por un mínimo mobiliario de oficina en su parte central, unas lámparas colgadas, y unas cortinas colocadas en el lateral izquierdo, y dispuestas en ángulo para dar sensación de profundidad, todos estos elementos quedaban armónicamente enmarcados por una gran pantalla central que cerraba el espacio escénico en su fondo. Hemos de destacar dentro de este capítulo dedicado al decorado la predominancia de los colores negro y blanco que, acordes con los trajes de los atracadores, servían tanto para dotar de personalidad a la escena, como para subrayar el fuerte contraste con el rojo de la sangre que empapaba la camisa del mencionado atracador malherido, y conocido por el mote de señor Naranja.
Así, con una escena sencilla, pero hábilmente dispuesta, desde los primeros diálogos, también pudimos comprobar que los caracteres y las formas de expresión de los personajes no habrían de sufrir cambios relevantes con respecto a los que creara Quentin Tarantino para su película. De esta manera, a través de un aluvión de expresiones directas y malsonantes llenas de tacos y de nervio, y animadas por grandes dosis de ironía y humor negro, los diálogos iban transmitiendo los sentimientos de desconcierto, miedo y rabia entre los que se debatían estos dos atracadores durante los primeros instantes de la función.
Siguiendo fielmente el hilo de la trama tarantiniana, el desarrollo lineal y cronológico de la acción fue la nota predominante. Aunque, al igual que en el filme, también es cierto que este desarrollo estuvo salpicado por ciertos fash backs (saltos atrás, retrospectivas o analepsis) que fueron proyectados en la mencionada pantalla mientras los actores cesaban sus interpretaciones. Sin duda, esta forma tan cinematográfica y visual de presentar, no sólo determinadas secuencias retrospectivas, sino también diálogos entre personajes ausentes y presentes en la escena, fue uno de los más destacables logros de la puesta en escena, ya que no sólo dio variedad al relato, sino que contribuyó a integrar ambos lenguajes, el del cine y el del teatro, con gran naturalidad.
Con la entrada en escena del señor Rosa, que se unía así a los ya presentes señor Naranja, tendido y agonizante en una mesa, y señor Blanco, gesticulante y nervioso, entraba en el relato la idea de la traición que traía consigo este nuevo personaje. De esta forma, el sentimiento de desconfianza mutua acaba instalándose entre los otrora buenos compañeros de crimen. El señor Rosa argumenta ante sus colegas su teoría sobre la existencia de un posible chivato en la banda que hubiese propiciado la inusualmente rápida actuación de la policia.
A partir de los diálogos, las discusiones, las tensiones y los enfrentamientos que se producen entre los señores Blanco y Rosa, profundizamos en el conocimiento de un cuarto integrante de la banda, llamado señor Amarillo, que parece haber sido el causante del sangriento tiroteo en que derivó el atraco y durante el cual murieron varias personas, incluido uno de sus propios compañeros de fechorías, el señor Marrón. El tal señor Amarillo aparece caracterizado por sus dos compañeros presentes en la escena como “un psicópata” extremadamente violento y cuyo nervioso temperamento pudo haber sido la clave del baño de sangre en el que acabó convertido el robo de unos diamantes.
Tras la introducción al carácter de este personaje, que hacen los señores Blanco y Rosa, y que es utilizada para despertar el interés en el público por conocer al tal señor Amarillo, la aparición en escena del señor Amarillo completaba el electo de protagonistas añadiendo las notas de cinismo, violencia y brutalidad a unos personajes que, hasta entonces, se habían comportado de una manera bastante razonable y hasta “civilizada”.
Siguiendo el desarrollo argumental de la película, asistimos a la reproducción de las conocidas escenas del filme entre las que destaca la cruel tortura de un agente de policía que realiza en solitario el señor Amarillo mientras suena y baila divertido la canción Stuck in the middle with you. Tras esta escena, que representa el auténtico clímax de la obra, se desatará la tragedia que desembocará en una catarsis final llena de violencia, sangre y muerte.
Si la valoración del montaje presentado ayer en el Teatro Circo de Murcia fue en líneas generales positiva y satisfactoria, también reconocer, como principales defectos, su brevedad -apenas cincuenta minutos- y la reproducción de un soliloquio ejecutado por el señor Naranja en el que refiere una anécdota ocurrida en un cuarto de baño que, lejos de aportar datos de interés, se atraganta y ralentiza el ritmo de la función. Junto a estas dos cuestiones, también consideramos que la obra adolece de un exceso de respeto al original por parte de los dramaturgos y echamos en falta ciertas dosis de juego creativo que hubieran podido enriquecer la trama con variaciones y acercar estos personajes y sus circunstancias a nuestra cultura.
En cuanto al trabajo de los actores, debemos decir que también estuvo en líneas generales bien desarrollado, aunque en determinadas escenas quedara la sensación de que podrían haber sacado más partido de sus personajes. Así, quizá lo más justo sea resolver que el equilibrio y la corrección constituyeron la nota predominante en este capítulo, que sin duda se presentaba complejo por el recuerdo de las brillantes interpretaciones de los actores de cine que todos tenían presente.
Por tanto, después de todo, y después de acometer una adaptación arriesgada por el prestigio de la película original que trataba fielmente de reproducir, consideramos que podemos y debemos saludar con gratitud la propuesta de los autores y los actores de La Perrera sumándonos así al aplauso generalizado y sincero en el que se fundió en la noche de ayer el murciano Teatro Circo de la calle Villar.