Don Juan se pasea por Murcia
El pasado sábado asistimos a una de las veladas más inconfundiblemente teatrales que se pueden vivir en nuestros tiempos y en nuestro país: la representación de un clásico inmortal como El Tenorio de Zorrilla, el día 1 de noviembre, y además sobre las tablas del maravilloso Teatro Romea.
Esta obra, cuya escenificación durante los días anteriores y posteriores al día de Los Santos es toda una tradición en la capital del Segura, ha arraigado de tal manera entre el público murciano que, aunque pasen los años y se sucedan las generaciones, el interés y las ganas de verla permanecen intactos. Buena prueba de ello son las cinco representaciones que se han desarrollado para la presente temporada en el Romea. De hecho, nuestra presencia en la función del sábado no hizo sino confirmar este extremo y constatar que, cuando la oferta es atractiva y los precios son razonables, el público acaba respondiendo con generosidad.
Para elaborar un acercamiento cabal a esta obra y poner en contexto su verdadera dimensión, debemos referirnos brevemente a la escena romántica, cuyo desarrollo tuvo lugar en España entre los años 1830 y 1850. Y es que, ya que esta versión del Tenorio es una obra profundamente influida por la época en la que fue compuesta, consideramos que, dando cuenta de las características del movimiento cultural bajo cuyas líneas fue compuesta, podremos entender mucho mejor su sentido y significado.
Así, como principales rasgos de la dramaturgia romántica presentes en el Don Juan de Zorrilla podemos mencionar: en primer lugar, el afán de transgresión, concretado en la mezcla de lo trágico y lo cómico, en una nueva concepción del tiempo y del espacio, o en la complicación de la acción, que puede germinar en más actos que los tres marcados por la preceptiva clásica; en segundo lugar, el tema basado en un amor perfecto e imposible de raíces históricas o legendarias y acosado por un poder injusto; en tercer lugar, el héroe romántico, apasionado, próximo al mito y cuyo único destino es servir al amor; en cuarto lugar, la alternancia entre la luz y la oscuridad y los valores simbólicos atribuidos a ésta última a través de la noche y su capacidad para generar un ambiente de misterio, fantasía y ensueño; en quinto lugar, la importancia dada a los sonidos, sobre todo a esas campanas que parecen perseguir al protagonista como un negro presagio de muerte; en sexto y último lugar, el uso de los nuevos efectos escénicos, que permiten mediante fondos, telones, transparencias o pasajes secretos, realizar mudanzas y variaciones sobre los decorados con sorprendente rapidez.
En cuanto a la estructura de la obra de Zorrilla, debemos decir que ésta se halla dividida en dos partes, de cuatro y tres actos respectivamente. Ambas partes, que se desarrollan en dos noches diferentes, se encuentran unidas en cuanto a la acción, ya que ésta sigue las andanzas de don Juan, y en cuanto al espacio, ya que éste es el de la ciudad de Sevilla. Sin embargo, también se muestran separadas por una brecha temporal de cinco años, que son los que transcurren desde la huída de don Juan de la capital hispalense hasta su regreso.
En cuanto al argumento, éste comienza durante la noche de carnaval de 1545 en una bulliciosa taberna sevillana donde don Juan Tenorio y don Luis Mejía se reúnen para dilucidar quién de los dos ha sido más diestro en lances y en amores durante el último año. Como es natural, don Juan se alza vencedor en ambos campos, pero la acción se complica súbitamente cuando don Luis le propone un nuevo desafío a don Juan: tratar de conseguir a una joven novicia. Don Juan, no sólo acepta el reto de su rival, sino que le suma otro, el de ser capaz de arrebatarle al propio don Luis a su prometida antes de que sea su esposa. Por si todo esto fuera poco, el entuerto termina de hacerse mayúsculo cuando el Comendador de la Orden de Calatrava, don Gonzalo de Ulloa, padre de doña Inés, joven enclaustrada en un convento destinada a ser entregada a don Juan en matrimonio, tras escuchar oculto a ambos jóvenes decide mostrarse para romper el compromiso de su hija.
A partir de este momento, detenciones, duelos, traiciones, requiebros amorosos, muertes desgraciadas, huidas, entradas, salidas y reencuentros tendrán lugar por diferentes escenarios de Sevilla. Don Juan conseguirá llevar a efecto sus pérfidos planes con la prometida de don Luís y logrará sacar del convento a la joven doña Inés. Sin embargo, el impenitente galán, no en vano será herido por el amor puro y casi celestial que la hija del Comendador profesa por él. Al final de esta primera parte, un desagraciado encuentro entre don Juan, por un lado, y el Comendador y don Luis, por otro, se saldará con las muertes de estos dos a manos del héroe y la posterior huída de éste último.
La segunda parte de la obra comienza tras una elipsis temporal de cinco años, su contenido se desarrolla fundamentalmente en el panteón en el que ha sido transformado el antiguo palacio de don Juan en Sevilla, y entre cuyos muros descansan ahora varios de aquellos a los que don Juan con sus actos dio mala muerte. Entre las efigies de piedra de las tumbas que identifican a sus moradores destacan las de doña Inés, que murió de pena tras la marcha de su amado, y la de su padre, el Comendador de la Orden de Calatrava. Es en esta segunda parte de la obra cuando tienen lugar los hechos fantásticos y cuando el marcado carácter romántico de la obra se hace más patente. La noche, la oscuridad, la escena lúgubre y sepulcral, los cantos, las campanas, las apariciones fantasmagóricas, las amenazas, el horror. Todo se desata en torno a la figura de don Juan para llegar a la apoteosis final de condenación, amor y salvación.
Sobre el trabajo de la Compañía teatral Cecilio Pineda, que lleva más de 100 años representando el Don Juan de Zorrilla en Murcia, qué podemos decir. Para empezar, que sin duda se trata tanto de una Compañía como de una gran familia de actores vocacionales entregados con la mayor honestidad y el mayor respeto al montaje de la obra y a la interpretación de sus personajes.
Sin embargo, más allá de la tradición, de la vocación y de la dedicación con los que estos hombres y mujeres vienen demostrando desde hace tantos años su amor por el teatro, también es de justicia que valoremos los resultados de su trabajo desde un prisma más distante y objetivo a fin de poder establecer sus méritos con mayor precisión. En este sentido, debemos reconocer que el vestuario es de auténtico lujo; las escenografías, monumentales; los juegos de tramoya, muy acertados; y los efectos sonoros, felices y perfectamente empastados con la acción. Así, en el apartado técnico el montaje es impecable, incluso brillante podríamos decir.
En cuanto a las interpretaciones de los actores, debemos partir del hecho de que no es nada fácil dar vida durante tres horas a unos personajes cuyos papeles fueron escritos hace más de un siglo y medio y cuyas acciones están ambientadas a más de tres siglos y medio de distancia de la actualidad. Teniendo en cuenta esta realidad, podemos calificar el trabajo de los actores como de solvente y eficaz, ya que, no sólo consiguen dar vida, y verosimilitud a una historia cuyo argumento podría naufragar puesto ante un público contemporáneo, sino que, además, consiguen darle la animación y el encanto necesarios para hacerla atractiva y entretenida a los ojos modernos. Es cierto que el Don Juan tiene problemas a la hora de variar de registro y mostrarse vulnerable como enamorado, pero no es menos cierto que la interpretación del héroe también debemos darla por más que aceptable debido al terrible peso que conlleva este papel y a la soltura con la que, en conjunto, es compuesto y articulado por el señor Julio Navarro.
Así pues, recorriendo los iluminados pasillos del Teatro Romea mientras escuchamos de fondo todavía la calurosa ovación de despedida del público a sus actores, consideramos que debemos concluir el presente artículo saludando con satisfacción sincera el montaje del Tenorio llevado a cabo por la Compañía Cecilio Pineda.