Antes de que los Beatles fueran conocidos en Inglaterra, antes de que los Rolling empezaran a ensayar, y mucho antes de que los Who dieran su primer concierto, en España ya teníamos bandas de pop y de rock haciendo sonar guitarras eléctricas en la radio, cantando en inglés y en castellano, actuando en matinales juveniles, despachando singles en las tiendas por miles y poniendo a bailar en guateques a buena parte de su generación alrededor de un tocadiscos portátil con altavoz.
Fueron, entre otros, Los Sonor, Los Estudiantes, Los Pekenikes, El Dúo Dinámico, Los Milos, Miguel Ríos y Los Relámpagos, Los Sirex y Los Tonys los que primero destacaron en el arte de aclimatar los sonidos que llegaban de Estados Unidos y hacerlos aptos para dar -en tiempo real y más allá de las versiones de rigor- nuevas y flamantes obras originales que cantaron con voz y personalidad propias desatando así un imparable movimiento cultural que recorrió entera la prodigiosa década de los 60, y que quedaría reflejado en películas como Megatón yeyé, 1965; Los chicos del Preu, 1967; Long Play, 1968; Un, dos, tres… al escondite inglés, 1969; o A 45 revoluciones por minuto, 1969.
Pues bien, entre toda esa pléyade insultantemente joven de rockeros en ciernes pronto sobresaldría un chico alto y delgado con pinta de pícaro simpático que, literalmente, se comía el escenario en cada concierto como si estuviera poseído por el alma de la música que cantaba. Su banda era Los Tonys y él, Miguel Ángel Carreño Schmelter, “Micky”. Y tal fue su éxito que, por un lado, la prensa no tardó en acuñarle un apodo a medida, “el Hombre de goma”, y, por otro, su discográfica no dudó en subrayarlo como reclamo anteponiendo su nombre al de su banda; en la que, por cierto, tocaban músicos de prestigio como Antonio del Corral, Fernando Argenta y, más adelante, Francisco Ruiz.
Así, a golpe de canciones rompedoras en las que el rock and roll se mezclaba con letras salpicadas de irónica comicidad, Los Tonys atravesaron su década de esplendor convertida en banda de culto impulsada, primero, por la repercusión de unos conciertos que se ganaron la fama de ser los más salvajes y divertidos, y segundo, por la relevancia de un cantante que era puro espectáculo y que, de hecho, ya extintos Los Tonys, en los años 70 logró como solista internacionalizar su eco aupado por los éxitos que compuso para él Fernando Arbex; eso sí, cambiando radicalmente de estilo: “El chico de la armónica”, “Bye, bye fraeulein” o “Enséñame a cantar” (Eurovisión, 1977), entre otros.
De este modo, con su aura de leyenda viva del rock colmando de expectación la Plaza de la Constitución de Molina de Segura, este sábado 16 de septiembre Micky se presentó acompañado por Óscar Rotado y Los D+ a eso de las 22:35h ante un auditorio que luciría lleno hasta la bandera para confesar, justo antes de comenzar y con toda la humildad del mundo, la sincera felicidad que a sus casi 80 años sentía por hallarse -a pie de calle y casi cuerpo a cuerpo- una vez más sobre el escenario y frente a su querido público.
Entonces, casi sin tiempo para que se acallaran los ecos de la cerrada ovación con la que fueron recibidas sus palabras, Micky, fantásticamente arropado por Los D+, arrancaría su actuación lanzando su primer as sobre el tapete de la amenazante noche murciana con la interpretación de la célebre “Enséñame a cantar” para, precisamente, poner a cantar -y a bailar- a un respetable que se entregaría con júbilo y sin reservas a la que es, muy posiblemente, la canción del artista más conocida por el gran público en nuestro país.
A continuación, invocando a Los Tonys con la deliciosa “No sé nadar” y a Nat King Cole con la eterna “Ansiedad”, Micky completaría un primer envite de canciones con las que revelaría las líneas maestras que iban a vertebrar su recital: en primer lugar, la línea de los éxitos de los 70 con los que satisfacer los gustos más populares; en segundo, la de los temas de Los Tonys con los que dar rienda suelta al rock and roll más puro de los 60; y, en tercer lugar, la de los clásicos con los que Carreño forjó su genio musical.
De esta forma, conjugando con maestría los tres registros para ofrecer un concierto ágil y variado que alternaría con acierto momentos de pausado intimismo con otros de auténtica furia rockera, canciones como la emocionante “El chico de la armónica”, la desaforada “Sulphur soap”, o la elegante “Bouna sera signorina” se sucederían una tras otra interpretadas por un Micky que, de hecho, se mostraría tan radiante que ni siquiera la fugaz aparición de la lluvia hacia la mitad de la velada lograría nublar su estrella.
Ya en la recta final del recital y con el público puesto en pie para la ocasión, la coreada “Bye, bye fraeulein” y la furiosa “I´m over”, de Los Tonys, se unirían a la postrera reinterpretación de “Enséñame a cantar” para completar el trazo del círculo perfecto y culminar por todo lo alto a eso de las 00:15h un concierto de verdadero lujo con el que el Hombre de goma -pletórico y elástico toda la noche- vino a devolver, multiplicada y amplificada, esa íntima sensación de honda felicidad confesada al inicio de la velada.
De hecho, una vez concluido el concierto, observándolo felicitar a sus compañeros y bajar del escenario para atender -afable y solícito- a cuantos quisieron saludarlo, sería imposible no percibir en Micky la serena grandeza, no ya del que es un pionero del rock, que también, sino la de un hombre que es un excelente referente de esa generación irrepetible que, habiendo heredado de niños un país y un continente devastados por el odio, siendo adolescentes, en lugar de caer en la trampa de elegir un bando, llevaron a cabo la gran revolución de aferrarse a su juventud para mirar al futuro sin miedo ni rencor y atreverse a soñar un mundo diferente y en tecnicolor.
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