La zapatera de García Lorca llena de risas y prodigios el Teatro Bernal
Gran expectación, la que pudo vivirse este sábado en un Teatro Bernal cuyo patio de butacas se llenaría a rebosar para dar la bienvenida a La zapatera prodigiosa; comedia de tono farsesco firmada por Federico García Lorca que, tras largos años de espera, por fin ha logrado llevar a escena el Grupo de Teatro Tejuba de Las Torres de Cotillas bajo la dirección de Joaquín Cantero.
Así, aún con el telón a medio correr, sería el propio autor el que tomaría la palabra para proclamar, por un lado, el triunfo de la libertad del artista sobre el miedo –el miedo al público-, y, por otro, la pertinencia de reivindicar la esencia popular de un arte –el arte escénico-, que es, precisamente, aquel que permite una indagación más certera en esa relación entre fantasía y realidad que se da no solo en el lenguaje poético, propio del teatro, sino en la vida misma.
De este modo, presentando su obra y sentando las bases de su concepto de teatro, el poeta dejaría paso al estruendo de una acción dramática que arrancaría súbitamente con la llegada a casa de la esposa del Zapatero; hermosa joven de armas tomar que entraría en escena enfrentándose a gritos con una vecina a cuenta de ciertos chismorreos para, a continuación, lamentarse amargamente por haber aceptado con solo dieciocho años casarse por conveniencia con el viejo Zapatero de su pueblo.
Curiosamente, en la misma línea, pero en sentido contrario, se expresaría el Zapatero; hombre de cincuenta y tres años de carácter dócil y afable que se mostraría abatido tras su recién estrenado matrimonio. Y es que, añorando la tranquilidad de su vida como soltero, el Zapatero se quejaría hondamente por haber seguido el consejo de su hermana: “Benditísima soledad antigua […] Yo no sabía lo que era una mujer […] Yo no tengo edad para resistir este jaleo […] Mi hermana tiene la culpa. Que si te vas a quedar solo, que si qué se yo, que si qué se yo cuánto.”
Por tanto, sin amor que los uniera e incapaces de comprenderse el uno al otro, la tensa y disparatada situación -cuajada de divertidas idas y venidas, de constantes discusiones y desplantes-, acabaría rompiéndose por el lado más débil: el del apocado Zapatero, quien, justo antes de concluir el primer acto, tomaría la decisión de huir para poner tierra de por medio con un pueblo en el que las mujeres tenían a la pareja en la diana de sus afilados dardos y en el que los hombres no se escondían a la hora de cortejar en vano a la Zapatera.
Ya en el segundo acto y tras la mutación de la casa en taberna, la zapaterita abandonada - siempre digna, valiente y honrada- no solo lograría resistir sin ceder un ápice el asedio y las insidias, sino que, además, utilizaría el matrimonio y el valor de la palabra dada a su esposo como poderosos báculos morales en los que apoyarse para mantenerse firme y poner en su sitio a cuantos trataban de conseguir su favor –como al Alcalde, que pretendía dominarla; a Don Mirlo, que pretendía comprarla, y al Mozo de la Faja, que pretendía disfrutarla-.
De este modo, siguiendo los pasos llenos de ternura del Niño que haría de cómplice y confidente de la joven, y al ritmo de las coplas y los romances con los que el poeta salpicaría la acción, la comedia avanzaría fresca y ágil hacia una anagnórisis que vendría precedida por la idealización a la que la Zapatera sometería a la figura de su marido y que, finalmente, se precipitaría con la llegada al pueblo de un misterioso titiritero.
Por eso, por el encanto de la obra, que sembraría de risas el Bernal, y por la efectiva puesta en escena de Tejuba, entre cuyo elenco destacarían las interpretaciones de Manolo Reina en el papel de Zapatero, Lorena Lara en el de Zapatera y Mario Vicente Romero en el de Niño, el público del coliseo de El Palmar acabaría poniéndole la guinda a la velada despidiendo con una sonora ovación a la compañía fundada en 1966 por Juan Baño.