"Un tonto en una caja" colecciona aplausos allá por donde pasa
Excelente entrada, la que tuvo lugar este sábado en el Auditorio de Cabezo de Torres para dar la bienvenida a “Un tonto en una caja”; comedia escrita por Martín Giner y dirigida por Carlos Santos para la compañía murciana Bonjourmonamour, que regresaba a la capital de la Región tras su paso por ciudades como Sevilla, Valladolid, Málaga o Madrid.
Así, con el público poblando generosamente el patio de butacas del recinto, la obra daría comienzo con la luz suficiente para dejar ver la figura de un pequeño ser emergiendo de un cubo de basura mientras de fondo sonaban las notas del Bolero de Ravel. De este modo, con el extraño y silencioso personaje recorriendo y reconociendo sigilosamente el escenario, el diálogo teatral arrancaría al entrar por la puerta del amplio salón el que sería el anfitrión de la fiesta: el notable Julius, decano de la facultad de Neurobiología.
Entonces, minutos después de que se entablara una delirante conversación entre estos dos personajes, aparecería en escena el tercero –el grande, el profesor universitario- para completar ante el público la muestra de los tres estratos en los que se hallaba fuertemente segregada la sociedad planteada por la obra: pequeños, grandes y notables. Por tanto, con todas las piezas sobre sobre las tablas, llegaría el momento de que el notable explicara a sus invitados que les había hecho llamar porque necesitaba de la ayuda de los dos para resolver un enigma.
A continuación, debiendo hacer uso de todas sus habilidades sociales para, por un lado, calmar la desconfianza del pequeño y, por otro, vencer la resistencia del grande a departir con un pequeño, el viejo Julius finalmente se hallaría en condiciones de confesar a ambos haber recibido semanas atrás un misterioso regalo en forma de caja de alguien que, firmado la nota del envío como El Diablo, le aseguraba poder obtener años de vida extra de aquellos que entraran voluntariamente en ella.
De esta manera, con la excusa de comprobar la autenticidad del artefacto, la obra desplegaría una aguda y, a la vez, disparatada sátira social en la que cada uno de los tres personajes pondría en evidencia todos sus prejuicios y limitaciones. Sin embargo, paralelamente a la crítica social, la comedia plantearía además un delicioso juego de equívocos mediante el cual se iría enredando la trama hasta permitir vislumbrar una suerte de tablero sobre el que los personajes danzarían al ritmo del Bolero de Ravel tratando de hacer valer su astucia para ganarle la partida al resto.
En consecuencia, comprometida, inteligente y divertida, la obra brindaría numerosos giros de tuerca que se articularían sobre el trasfondo de la crítica social para denunciar los vicios y la corrupción de una sociedad deshumanizada -futurista en lo técnico y retrógrada en lo ético- en la que sería imposible no percibir el reflejo de nosotros mismos.
Por eso y por sus impecables actuaciones, no sería de extrañar que Macarena de Rueda, Luis Martínez y Pedro Segura –el pequeño, el grande y el notable- recibieran concluida la función los sonoros aplausos del auditorio puesto en pie para celebrar con ellos la fiesta del teatro, que no es sino la fiesta viva en la que las risas, el llanto y la reflexión se pueden ver, escuchar, sentir y hasta tocar.