Al calor de las fiestas patronales de la localidad murciana de Las Torres de Cotillas, este sábado 31 de agosto fue programado frente a su antiguo ayuntamiento el festival “Torres del Rock y el Pop”; evento que, conformado por los conciertos de Alejo Stivel, La Guardia y Coti, sería la gran apuesta torreña de este año para ponerle el broche de oro a su día grande.
Así, tras el desfile de carrozas y comparsas que convirtió las calles aledañas en un río de gozosa algarabía, el torrente festivo desembocaría, ya convertido en alegre remanso de expectación, en una Explanada Maestro Ángel Palazón que, a eso de las 22:30h, luciría bellamente decorada con guirnaldas de luces, presidida por el escenario del evento y flanqueada, a un lado, por puestos ambulantes y, a otro, por dos barras municipales, aunque, eso sí, escasamente dotada con un único aseo portátil para un aforo potencial de más de dos mil personas.
De este modo, con las manecillas del reloj acercándose a las 23:00h, el festival daría comienzo pisando fuerte el acelerador gracias a la salida en tromba con la que Alejo Stivel y su banda obsequiaron a los asistentes más puntuales. Y es que Stivel, mito viviente de la música popular española y estrella de rock and roll prácticamente desde la cuna, se afanaría desde el inicio de su actuación en tejer un espectáculo en el que no quedara cabo suelto siguiendo, en cuanto al repertorio, el siempre oportuno patrón de la alternancia entre lo consagrado y lo reciente.
En este sentido, arropado a su derecha por la imponente presencia artística de Julián Kanevsky, el legendario cantante de Tequila alternaría en su interpretación las siempre frescas y juveniles canciones de su histórica formación con una más que feliz selección de temas mucho más recientes que no vendrían sino a demostrar la buena salud creativa con la que, a sus 65 años, sigue contando el argentino. Así, mientras de las primeras sonarían, entre otras, “RNR en la plaza del pueblo”, “Matrícula de honor”, “Quiero besarte” o “Dime que me quieres”; de las segundas serían elegidas canciones como “París con aguacero”, “Yo quería ser normal” o “Yo era un animal”.
Ya en el bis, la banda lanzaría sus dos últimos ases sobre el tapete de la noche murciana, que parecería romperse cual baraja al ritmo de “Me vuelvo loco" y “Salta”, para terminar de rendir la plaza ante la figura de un Alejo Stivel agigantado que, por más que llevara una camiseta con la leyenda “Yo era un animal”, lo cierto es que, por suerte para los amantes del rock, lejos de conformarse con ser un grato recuerdo o un célebre productor, sigue siendo, y seguramente siempre lo será, un animal -escénico y musical- dispuesto a morder y devorar cualquier escenario, ya sea en un parque o un estadio, en un pabellón o en la plaza mayor de cualquier pueblo.
A continuación, tras operarse los pertinentes cambios sobre las tablas y con el reloj superando la medianoche, le tocaría el turno a la mítica banda granadina, La Guardia, quienes, capitaneados por Manuel España, llegarían a Las Torres reconocidos como uno de los conjuntos con mayor éxito, pero no del pasado, sino del presente, merced a un artículo publicado en el diario El País justo el día anterior donde se revelaba que en 2022 la formación brindó más recitales, 150, que en el año de mayor esplendor de su trayectoria, 1989, en el que no superaron los 121.
Así, convertidos en patrimonio nacional e impulsados por el mágico combustible de un repertorio incombustible que desde que fue editado no ha parado de sonar en programas de radio y televisión, bares y en toda clase de eventos y fiestas populares, La Guardia no tardaría en ejecutar, cual pelotón de fusilamiento de canciones, lo más granado de su carrera para hacer las delicias de un público entregado de principio a fin que no dejaría de cantar y corear las más míticas entre las míticas: “La carretera”, “Mil calles llevan hacia ti”, “Blues de la Nacional II”, “Vámonos”, “El mundo tras el cristal", “Te seguiré”, “ Me voy a esconder” o “Cuando brille el sol".
Sin embargo, quizá cansados por el número de galas de verano, quizá hastiados en la interpretación de un repertorio en exceso fosilizado o quizá lastrados por la baja en sus filas del carismático Jean-Louis Barragán, La Guardia ofrecería un concierto técnicamente correcto y satisfactorio en la elección de temas, pero sin alma ni garra, y en el que la formación acabaría acercándose demasiado a la calificación de banda-homenaje de sí misma; banda en la que su líder y cabeza visible, Manuel España, parecería satisfecho limitándose a ejercer más como director de coro y apuntador que como el cantante y la estrella que es y seguirá siendo.
Más adelante, escuchando de fondo las campanadas que anunciaban las dos de la madrugada, las luces inquietas y el humo creciente del escenario comenzarían a avisar de la inminente aparición sobre las tablas del reconocido cantante y compositor argentino, Coti Sorokin, con quien diez años después nos volveríamos a reunir en torno a un concierto suyo para dar cuenta de él, aunque, eso sí, con la incógnita por despejar tras tanto tiempo sin verlo en directo sobre el punto artístico en que se encontraría el de Rosario, de nuevo de gira por tierras murcianas.
De esta manera, empezando a resolver esa duda incluso antes de saltar a la escena con tan solo contemplar el despliegue de la nutrida banda de seis miembros por la que se haría acompañar y la contundencia con que comenzarían a aplicarse en la interpretación de los acordes de “Otra vez”, Coti dejaría claro desde los compases iniciales de su recital que la suya no iba a ser una visita más, sino una ofensiva musical abierta y sin cuartel cuyo objetivo no sería otro que el de la reconquista del público, y para la que no escatimaría en medios ni regatearía esfuerzos.
En consecuencia, poniendo en liza un repertorio cuajado de canciones que fueron éxitos a un lado y a otro del Atlántico, Coti y su portentosa banda de aspecto galáctico y sonido divino, ofrecerían un cuidado repaso a la trayectoria del cantante en la que composiciones como “Te quise tanto” lucirían revitalizadas gracias a los nuevos arreglos y a los cambios en la instrumentación. Además, siendo capaz de sumar a las ya conocidas “Andar conmigo” o “Lento”, nuevas piezas a la altura de aquellas, pero completamente distintas, como la inspirada y pegadiza “Porcelana china”, el argentino demostraría estar, como a mediados de la primera década del XXI, en plena forma.
Ya en la recta final y tras decir adiós con “Antes que ver el sol”, Coti regresaría para ofrecer un bis donde sonaron “Color esperanza” y “Nada fue un error”; sobre el primero, cabría decir que en la música himnos hay muchos, quizá demasiados, pero muy pocas son las canciones que alcanzan la categoría de oración, de entre ellas “Color esperanza” lo consiguió hasta el punto de ser cantada ante el Papa Juan Pablo II para que la elevara al cielo una multitud que la coreó tal como hizo el público de las Torres; sobre el segundo, “Nada fue un error”, que sería el tema ideal para ponerle el epílogo a una noche en la que el único error habría sido perderse semejante velada.
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