Jaime Urrutia para, templa y manda en la Sala REM
Este sábado, de la mano de la empresa Lady Guitar, arribó al albero de la murciana Sala REM Jaime Urrutia, diestro compositor y figura clave que, durante los últimos treinta años, ha escrito y cantado buena parte de las páginas más brillantes de la historia de la música popular española.
Así, a eso de las 00:00h y ante una sala que iba a lucir llena hasta la bandera, Jaime Urrutia haría el paseíllo sobre las tablas de la REM para recibir los primeros aplausos del respetable mientras ocupaba el centro del escenario flanqueado, a su derecha, por el pianista Esteban Hirschfeld y, a su izquierda, por el guitarrista Juan Carlos Sotos.
De este modo, presentándose en formato trío acústico, Urrutia abriría la velada haciendo sonar Pecados más dulces que un zapato de raso, Amor prohibido y ¿Dónde estás? para sacar a relucir el timbre de una voz grave y profunda que supo modular adecuadamente en la interpretación de estos tres temas con los que trajo a la memoria aquellos que han sido, hasta la fecha, sus tres discos más celebrados: “Camino Soria” y “Privado”, con Gabinete Caligari, y “Patente de Corso”, en solitario.
Acallados los últimos compases de la mítica balada rock que grabara con Enrique Bunbury, Andrés Calamaro y Loquillo, el madrileño reivindicaría la valía de esa parte de su repertorio menos conocida para el gran público a través de canciones como Mi buena estrella, que fue inspirada por la obra de David Bowie, o Mentiras, que fue compuesta, precisamente, por Juan Carlos Sotos.
A continuación y cambiando de tercio, Jaime Urrutia, de rictus serio, mirada penetrante y sonrisa franca, deslizaría dos auténticos himnos que pusieron boca abajo la Sala REM: Al calor del amor en un bar y La sangre de tu tristeza. Entonces, consciente de la necesidad de parar y templar los caldeados ánimos, el cantante bajaría el tempo para interpretar la entrañable Amor de madre y la luminosa Castillos en el aire.
Más adelante, cruzando el ecuador del concierto, Urrutia, visiblemente satisfecho y Completamente feliz, obsequiaría con Cuatro rosas a un público que correspondió a semejante regalo coreando cada una de las estrofas de ésa, que es una de las más hermosas canciones que se han escrito en nuestra lengua. De esta manera, poniéndose el mundo por montera, el madrileño encararía la recta final de su recital cantando Suit nupcial antes de epatar por completo al público con ¡Qué barbaridad!
Tras el paso de rigor por el camerino previo a los bises, Urrutia, Hirschfeld y Sotos retornarían a escena para recordar al primigenio Gabinete, siniestro y punk, de Golpes antes de tocar la eterna Camino Soria, canción con la que se le habría debido dar a la velada una estocada más que definitiva si no hubiera sido por el pinchazo en el que incurrió la banda a causa de un inoportuno desajuste que, sin embargo, el público murciano, comprensivo y generoso, supo disculpar y hasta aplaudir.
No obstante, solo dos canciones más tarde los músicos ya no dejarían escapar a su presa y, ejecutando la suerte suprema al natural, lograrían rematar la faena obteniendo el beneplácito de la afición con La culpa fue del cha-cha-chá, tema que sirvió para cerrar entre olés, ovaciones y aclamaciones un recital ciertamente equilibrado que transcurrió ágil y que mantuvo al respetable durante casi una hora y media cantando y bailando al ritmo de los veinte pases que, con mano firme, dio el maestro Jaime Urrutia.
Por eso, después de lo vivido en la abarrotada Sala REM de Murcia, quizá con lo que deberíamos quedarnos es, por encima de todo, con la comunión tan sentida y emocionante que se produjo entre uno de nuestros artistas más apreciados y un público que, al igual que hicieran los británicos con George Harrison o los norteamericanos con Roy Orbison, supo tributar a su héroe el reconocimiento que solo los más grandes merecen.